Un día domingo después de celebrar la misa en la capilla Laura Vicuña en Paillihue, Los Ángeles, observé algo interesante en la calle. En ese día andaba sin apuro, pues no tenía otra misa, solamente en la tarde en una capilla en el campo. Observé un perro que trataba de cruzar en una intersección. Es impresionante la actitud de ese perro. Venía de otro lado corriendo pero se detuvo justo al borde del camino. Miraba por toda parte antes de cruzar. Empezó a avanzar pero en un momento se detuvo inmediato cuando pasó un auto con alta velocidad además se retrocedió al borde del camino. Después de detenerse repitió la misma actitud, mirar por todo lado. En ese momento no se veía auto. Inmediatamente el perro corrió rápidamente pasando el cruce.

En mi mente se me cruzaban varios pensamientos. Entre otros se me viene ese análisis. De un lado el perro quería protegerse – quería garantizar su propia vida, pero en lo mismo tiempo ayudaba al conductor del auto que quizás venía apurado y imprudente evitar el accidente. Me seguía dando vuelta por aquella situación. En aquella circunstancia, ¿era pura casualidad? O la naturaleza ha marcado en su ser a estos seres vivos – movidos para actuar así, ¿en momento de peligro? No lo sé tampoco. Lo cierto es que el perro se salvó y que no había ocurrido accidente en aquel cruce en aquel día domingo. Lo cierto es que el instinto de aquel perro lo salvó de la muerte.
Cuando llegué a la casa seguía pensando todavía en lo ocurrido. Parece muy simple esa experiencia, pero a la vez muy complejo al analizarla. Me provocó algo extraño porque me perseguía molestando.
Ufff… no es para tanto, dije a mi mismo. Quería dejarlo al lado. Justo frente a mi había un diario. Quería leerlo para distraerme un poco – dejar de pensar en aquel perro callejero. Pero en ese momento sonó teléfono. Era un llamado de una catequista para informarme sobre un accidente de un niño que lo atropellaron día antes. Ella me pedía para que vaya a visitar a ese niño porque el accidente era bastante grave.
Después de esa conversación me llevó al otro lado. Volvieron a mi mente todos los temas que conversábamos y comentábamos otro día en la preparación de catequesis con todos los catequistas. Entre ellos sobre las quejas comunes sobre la juventud tan cambiante hoy en día, los valores que están perdiendo, la eutanasia, el aborto, la drogadicción, la criminal juvenil, etc.
En aquel momento me detuvo a pensar un rato comparando esos temas preocupantes con la experiencia del perro callejero. Si el perro siendo un animal, que solo con su instinto pudo proteger su propia vida evitando el accidente, el hombre que posee la inteligencia, ante las amenazas a su propia vida debe actuar con mucho más sabiduría.

Por eso la lección del perro callejero me deja un gran aprendizaje de la vida. Me hace preguntar nuevamente. ¿La inteligencia es todo, que decide el actuar y la capacidad de decidir en un ser humano? Si fuera así, ¿Por qué el ser humano se equivoca? ¿Dónde está su inteligencia en el momento de tomar decisión? El instinto del perro callejero para protegerse me deja un poco la certeza para afirmar que la inteligencia no es suficiente. La inteligencia no es todo. Ante la complejidad de la vida el ser humano debe poner también otras dimensiones de su vida; el instinto, la emoción, la intuición, los sentidos y sus entornos: material y humano. Ése es el camino que conduce a la armonía con el universo. Porque el ser humano solo es parte de ese universo en su conjunto.