El Poderoso e indefensa
Hay que luchar para ser mejor… Esa frase con frecuencia es dirigida a los hijos o formandos. Se escucha reiteradamente de boca de un entrenador a sus pupilos o sus discípulos. Sin duda es la frase muy motivadora y es necesario, hay que luchar en la vida para avanzar, para mejorar las cosas en la vida. Sin embargo la lucha de lograr algo no debe cambiar nuestras relaciones interpersonales. No hay que olvidar que somos seres sociales que no podemos vivir sin el otro. Nadie es una isla como dice el sabio popular.
La experiencia nos enseña que cuando uno se aparta totalmente del otro, termina siendo pobre en sí mismo. Solo el encuentro con el otro abre el camino hacía el compartir que enriquece a todos. Cuando las cosas se comparten alcanza para todos. Como una ventana cuando se abre entra luz y aire fresco, así también cuando una persona se abre al otro puede recibir y dar apoyo que satisface la necesidad espiritual que le permite crece integralmente.
Hoy me toca ser testigo de una realidad dura para no decirle cruel, al menos para mí en aquel momento cuando experimenté, sentí y vi la forma como se trataba a la persona humana en una relación funcional. Nadie pone en duda la tarea y la responsabilidad de cada uno en un marco de las reglas. Ella pone límites o más bien determina y puede condicionar las relaciones interpersonales. Sin embargo la persona humana tiene su dignidad. Sin que cumpla una función su persona debe estar en el primer lugar.
Nos alegra cuando una persona cumple una función y la pone en servicio de todos. Ante todo tal persona debe actuar conforme a la ley sin distinción a nadie. Precisamente este aspecto que hace grande la persona y lo dignifica aún. Pero no siempre así. La persona puede actuar contra el valor de poder en servicio.
La experiencia del aquella noche de 17 de noviembre de 2011, no la puedo olvidar pronto. Más bien ha marcado mi vida entre. En aquella noche me dio entre rabia, descontento e indignación. Como no si solo para un pequeño des perfecto de mi pasaporte, me mandaron por toda parte en el aeropuerto de Dubai, literalmente de una oficina a la otra. Para recibir una visa de una sola noche debía recorrer 7 oficinas. No solamente la burocracia se notó en aquel momento sino también la rigidez y arrogancia que se reflejó en una persona de uniforme militar. Cuando me sentía indignado por mi pasaporte que según ellos esta medio destruido y por lo tanto debía ser analizado – sometido en varias máquinas para asegurar su eventual falsificación. Pero nada encontraron. Puro burocracia. Pregunté a uno de los funcionarios uniformado, cuál era el problema y porque me hicieron la vida imposible me dijo: it´s my duty. Le contesté, ok do it, but I don´t see what kind of problem you mean.
En aquel momento me di cuenta que estoy frente a un poder. El poder en este sentido puede cambiar la conducta y el trato hacia otra persona. Mientras sentí indignado por la espera de horas, me encontré con un muchachito ghanes de 13 años. Con mucha humildad pero un poco tímido me acercó diciendo, ¿puedo sentarme en este sofá? Se despertó en mi una enorme empatía, le respondí por favor con confianza, siéntate. En un solo instancia entramos en una conversación conmovedora de mi parte. Me dijo estoy esperando a mi hermano hace 23 hrs. me sacaron todos mis documentos, les he entregado el número de teléfono de mi hermano para que le llamaran para defenderme. Pero no pasa nada, tengo hambre y sed me dijo. Lo miré con mucho dolor en mi corazón pero al mismo tiempo sentía la impotencia.
Resuena en mi interior, Señor si pudiera ayudarle, estaría tranquila mi consciencia. Pero también estoy en una situación parecida. ¿Qué debo hacer? Mientras seguimos conversando, me llamó la señora que estaba revisando mi pasaporte. Me llamó a entrar a su oficina. Después de cuestionar la validez de mi pasaporte sugiriéndome cambiarlo, finalmente me dijo, sería todo tú puedes ir.
Salí de esa oficina aún con pena. Aunque ya podía ir no sentía sereno. Nos topamos otra vez en el comino con el muchacho africano-ghanes. Volví a sentir el dolor de una persona indefensa, un niño viajante de búsqueda de nueva oportunidad, un muchacho de una imagen de lucha y superación. Un niño indefensa en medio de la bestia de poder y arrogancia. Nuevamente sentí la impotencia. Luego le dijo, Sorry… I have to go. Me miró con ojos suplicante, ok what can I do, I have to wait. Solo podía decirle…. Te deseo lo major, y que logres comunicar pronto con tu hermano.
Este encuentro casual me dejo algo en mi corazón como una espina que me inquieta. Que injusta nuestras relaciones humanos. Qué extraña la persona humana cuando ocupa el poder. Me hace cuestionarme a mí mismo. Que hago yo con el poder. O mejor cual lugar ocupa el poder en mi. Cada vez cuando me relaciona con el otro, debo tomar decisión. Sin duda me relaciono desde una posición, y de esta posición determina mi postura. A no ser así, el poder puede transformar mi conducta, el poder deja de servir, al contrario me hace dominar, aplastar al otro. Si es así, ¿quién está al lado de indefensa? ¿Quién podrá ser amparo de la persona indefensa?
(Experiencia en mi vuelo hacia Jakarta, en el Avión, Boing 777 – Ek 358, 18 de noviembre de 2011, a las 14:05 hrs.)