Una de las frases más repetitivas después del terremoto en Chile, el 27 de febrero de 2010 pasado fue, «Perdimos todo pero estamos bien, estamos con vida gracias a Dios». Otra frase que se escucha fue: “las cosas materiales se puede conseguir, lo más importante que encontramos vivos”.
Esas frases reflejan un absoluto aprecio a la vida. Que la vida es la más importante que otra cosa. La vida es el máximo valor en sí mismo. Independiente de cómo vivir esa vida, la cualidad de vida etc., ella sigue siendo la más importante.
La primacía de la vida sobre otra cosa, no solo se refleja en la valoración a ella, sino también se manifiesta en la preocupación de cuidarla, defenderla hasta intentos de prolongar esa vida. La intención de prolongar la vida se puede ver ampliamente tanto en el campo de la ciencia como psico-espiritual. En la ciencia esos intentos son marcados por la intervención médica, cirurquias estéticas, ejercicios corporales – deportes, etc. En el campo psico-espiritual se practica meditación, yoga, terapias, ejercicios de relajación etc.
Dentro de todos estos intentos para prolongar la vida, lo más polémico es la intervención técnica en la vida humana. La razón es que la tecnología puede ayudar mucho pero también puedo destruir la vida humana. Existe un dilema ético en la práctica del uso de tecnología en la vida humana. El dilema consiste en el límite de la razón, ¿hasta que punto la tecnología puede ser utilizada y que puede intervenir el desarrollo de esa vida? ¿Qué valor agrega esa intervención a la vida humana? La experiencia misma nos ha enseñada que la vida es mucha más allá de los sentidos, percibidos, razones y argumentos. Basta fijarse en la existencia de cada individuo. Ni siquiera un individuo por su propia decisión quiere existir. De ese punto de partida de decisión un individuo nunca es el que decide para existir. Su existencia es decidida fuera de si mismo. Esa es la complejidad de vida humana. La respuesta a la pregunta de dónde viene y a dónde va la vida también es compleja. Pero eso no significa que no hay respuestas.
Para los creyentes la vida es de Dios, es creada por Dios. Dios es él que decide la existencia humana. Por lo tanto el rumbo y la meta de la vida pertenecen a Dios. Más aún para los cristianos la vida está en Cristo porque en Él hay intercambio de lo Divino y lo humano en Su encarnación. Cristo ha venido para restaurar la vida mortal a la vida inmortal. En Él hemos sido elegidos desde eternidad para alcanzar la vida eterna. Pues en Cristo hemos recibido gracia por gracia, (cfr. Ef. 1,3-8; Col 1,16). Para lograr esa vida prolongada en Cristo es necesario vivir conectado a Cristo, es decir vivir conforme al la voluntad de Dios.
La invitación entonces no es dejar de cuidar o proteger la vida sino ir más allá de los intentos humanos para prolongar la vida física, es necesario buscar más allá del sentido de vida. Que la vida es mucho más grande, mucho más amplia, demasiado profunda de lo que podemos entender, percibir y sentirla. Solo al conectarse a la vida de Cristo podemos comprender el misterio de la vida que ha sido revelada en Cristo con su entrega total para recuperar la vida, para restaurar la vida.
Vivir en Cristo por lo tanto significa unirse a la fuente de vida misma, recibir a Cristo es recibir la vida misma por lo tanto recibir la vida eterna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
En mi opinión...